WU CHANGDE, EL ÚLTIMO POLICÍA DE NANKÍN

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Esa mañana del 13 de diciembre de 1937, lucía un sol espléndido, parecía un tiempo primaveral, algo poco común para esa época del año, el sol iluminaba las viejas murallas medievales de Nankín mientras una suave brisa mecía los abedules de un parque cercano, una imagen idílica que nada tenía que ver con la realidad. Desde julio las tropas del Imperio del Sol Naciente se habían lanzado de manera generalizada a la conquista de China, las tropas japonesas mejor preparadas, pertrechadas con un material más moderno y apoyadas por una aplastante superioridad aérea, habían avanzado de forma fulgurante por la geografía China conquistando ciudad tras ciudad. Prácticamente nada más comenzar la contienda el 8 de Agosto caía Pekín, posteriormente fue tomada la gran ciudad comercial de Shanghái, quedando el camino libre para que las tropas japonesas remontasen el curso del río Yangtsé y se lanzaran a la conquista de Nankín una de las ciudades más importantes del país y la capital de la República China. Se había intentado frenar la ofensiva japonesa contra la capital dinamitando diques e inundando los arrozales, consiguiendo únicamente retrasar el avance del enemigo, finalmente el 8 de diciembre las divisiones japonesas se encontraban frente a las viejas murallas de la capital China.

El presidente de la República Chiang Kai Shek, antes de que se completara el cerco, abandonó la metrópoli junto a su gobierno, haciendo un llamamiento a una defensa a ultranza de la ciudad, desoyendo la oferta de rendición transmitida por el alto mando Japonés. Sesenta mil soldados chinos guardarían las viejas murallas intentando frenar a un ejército ciclópeo de ciento veinte mil japoneses mejor armados, apoyados por una impresionante fuerza artillera y una aviación que barrerían la ciudad desde sus cimientos. Tras cinco días de defensa a ultranza, agotados, desmoralizados y abandonados por sus mandos el contingente chino que guarnecía la ciudad había capitulado, esa mañana por fin el silencio volvía a reinar imponiéndose a los atronadores disparos de la artillería japonesa.

Todos estos pensamientos circulaban de manera eléctrica por la mente de Wu mientras ultimaba los detalles de su uniforme frente al espejo. Wu Changde, era un joven de veintinueve años que pertenecía a la Fuerza de Policía de Nankín, llevaba doce años en el cuerpo, y se estaba preparando para lo que sin duda sería su más difícil misión hasta la fecha. La Policía de Nankín contaba con mil cuatrocientos efectivos y antes de que el cerco de las fuerzas japonesas se completase habían celebrado un auténtico conclave en el que todos los agentes habían decidido permanecer en la urbe junto a sus ciudadanos. Desde la caída de Shanghái y el consiguiente avance de los japoneses hacia Nankín, una parte de la población, la que contaba con más medios, había abandonado la ciudad, pero la inmensa mayoría de ciudadanos no tuvieron más remedio que quedarse, eran las horas más críticas de la ciudad desde los asedios que había sufrido durante la Rebelión Taiping del siglo XIX y la ciudadanía contaría con el apoyo de su Policía en este crítico trance.

Tras la capitulación de los últimos defensores de la ciudad, esa misma mañana el Jefe de la Policía de Nankín se había puesto en contacto con el alto mando japonés informándole de que las fuerzas de seguridad se encontraban operativas en la ciudad, poniéndose a su disposición para que la ocupación fuese lo menos traumática posible, mientras se esperaba el final de una guerra que todo el mundo auguraba que sería muy corta.

Wu terminó de vestirse, tras asirse su revolver al cinturón, poco había en la pequeña habitación donde residía para comer, únicamente un zaraballo de pan duro, pero no tenía hambre se encontraba nervioso, en ese momento los segundos parecían convertirse en horas, estaba a la expectativa de recibir noticias de la nueva situación en la que se encontraba la ciudad, el porvenir que le esperaba a él, a sus compañeros y a los ciudadanos de Nankín. Había escuchado numerosas historias sobre la brutalidad de las tropas japonesas, de cómo decapitaban a los prisioneros con sus katanas, y como se ensañaban con la población civil, tenía la esperanza de que todas esas historias no fuesen más que cuentos de viejas y que las tropas japonesas se comportasen honorablemente.

En ese momento repicaron tres fuertes golpes en la puerta de la vivienda, a Wu le dio un vuelco el corazón, él era un hombre que no conocía el sabor del miedo, pero esa larga mañana de incertidumbres lo estaba desesperando, así que abrió la puerta para encontrarse frente a frente con el destino. Lo que se encontró tras el umbral no fue a un soldado japonés dispuesto a hacerlo prisionero sino a su amigo y compañero en el cuerpo Yang Lian, este iba igualmente ataviado con el uniforme de la Policía de Nankín y nada más acceder al interior del habitáculo se fundieron en un intenso abrazo, mientras su camarada gritaba enloquecido de alegría: “¡Han aceptado, los japoneses han aceptado!”.
Yang le explicó que los japoneses habían aceptado la oferta del Jefe de Policía y que seguirían encargándose de la seguridad y protección de la ciudadanía el tiempo que durase la ocupación. Le habían informado que a las cinco de la tarde todos los agentes deberían estar debidamente uniformados junto al edificio de la Corte Judicial, donde estaría esperando el alto mando japonés.

Yang era un agente mucho más veterano, llevaba tres décadas vistiendo el uniforme, desde que Wu se había incorporado al cuerpo habían sido compañeros, enseñándole todo sobre cómo debe actuar un agente de Policía. Comenzaron a charlar de una manera distendida, sin pensar en todo lo que había pasado y en lo que estaba a punto de acontecer.

Mientras comían algo de pan duro el veterano policía le comentaba: “Wu que bien te veo, había temido que hubieses muerto, muchos edificios se han venido abajo tras los bombardeos causando cientos de víctimas, pero tu estas sano y salvo, se te ve impecable con tu uniforme, mi buen amigo”. Charlaron durante un buen rato, intercambiando impresiones, miedos y cómo no, bromeando con la nueva situación en la que se iban a ver inmersos en el trabajo, hasta que llegó la hora de partir.

Mientras se dirigían a su destino el sol acariciaba las mejillas de Wu, todo parecía indicar que la tempestad había terminado dando de nuevo comienzo a cierta tranquilidad. Durante su trayecto encontraron varios edificios destruidos y numerosos cadáveres de civiles en las calles, esta visión les heló la sangre, pero se animaron rápidamente cuando los numerosos ciudadanos que se iban encontrando en su camino les paraban para abrazarles, les agradecían que el cuerpo de Policía se hubiese quedado junto a ellos en estos terribles momentos. Una anciana se llegó a tirar a los pies de Yang besándoselos, mientras sollozaba, este la ayudó a incorporarse y le dijo que no se preocupase que ya había pasado todo y que la Policía de Nankín estaría velando para que los Japoneses no cometieran ningún exceso con la población civil. Conforme se acercaban al punto de encuentro se iban encontrando con más compañeros del Cuerpo que se les unían y pronto se convirtió en un pequeño desfile de Policías que eran aclamados por los ciudadanos que se iban encontrando a su paso.

Finalmente llegaron a la enorme plaza en donde se encontraba el edificio de la Corte Judicial de Nankín, una vez allí y con el resto de compañeros se dispusieron en formación esperando la llegada del alto mando japonés.

Faltaban unos instantes para las cinco de la tarde y ya hacía varios minutos que habían dejado de llegar Policías a la Plaza, la formación estaba integrada por unos mil agentes; faltaban cuatrocientos, seguramente alguno de los ausentes habría fallecido durante los bombardeos pero la inmensa mayoría de esos cuatrocientos estaba claro que les había fallado el valor en el último momento, traicionando el juramento al que se habían comprometido, “proteger y servir” a la población de Nankín.

Conforme sonaban las campanadas del reloj que presidía el edificio de la Corte Judicial anunciando la hora señalada, entraba en la plaza la comitiva Japonesa, a la cabeza se encontraba un oficial de alto rango montado a caballo. Wu se encontraba en la formación al lado de su compañero, Yang le susurró al oído: “El que va a caballo es el Príncipe Asaka, comandante en jefe de la fuerzas Japonesas”.

El Jefe de la Policía de Nankín se dirigió respetuosamente hacia la comitiva nipona e hizo entrega de su sable a un oficial. El príncipe ni siquiera miró al Jefe de Policía, acto seguido este realizó una pequeña reverencia con la cabeza y se alejó de los mandos japoneses volviendo a la formación junto a sus hombres. Otro de los Oficiales que se encontraba en la comitiva de las tropas del Sol naciente empezó a hablar en un perfecto Chino: “Agradecemos que la Policía de Nankín haya permanecido en la ciudad, este hecho sin duda facilitará y hará más llevadera la ocupación, mientras dure la guerra, la cual terminará con una pronta y aplastante victoria de las tropas japonesas, ¡larga vida al emperador!”; El resto de soldados japoneses que ocupaban la plaza respondieron al unísono de forma atronadora repitiendo “¡larga vida al emperador!”, tras lo cual se hizo un silencio sepulcral que pareció durar años. Nuevamente las palabras del oficial japonés rompieron la calma del ambiente y este indicó a los policías que iban a ser desarmados y posteriormente conducidos a unas nuevas dependencias en donde se concretarían los detalles de las labores que iban a desempeñar a partir de ese momento las Fuerzas de Seguridad de la ciudad.

El conjunto de Policías, tras ser desarmados, fue dividido en grupos más pequeños de unos doscientos individuos, siendo conducido cada uno a lugares diferentes, el grupo en el que se encontraba Wu y su compañero tomó una avenida principal en dirección hacia el exterior de la ciudad, hacia la zona de la Puerta de Han-zhong uno de los viejos accesos de la urbe.

Yang y Wu caminaban juntos e iban bromeando sobre la brusquedad con la que los soldados japoneses les habían quitado sus revólveres reglamentarios, todos estaban ansiosos de empezar nuevamente a trabajar y que la ciudad recuperase la normalidad lo antes posible. Finalmente llegaron a su destino, una pequeña explanada cercana a la Puerta de Han-zhong, allí formaron esperando las instrucciones. Se encontraban rodeados por tres camiones del ejército japonés y varios pelotones de soldados, así permanecieron durante más de una hora, momento en el cual Wu observó que el oficial japonés que se encontraba al mando miraba de una manera reiterada y nerviosa un reloj de pulsera que portaba en su mano derecha, mientras asía fuertemente un silbato con la otra mano, el cual de repente colocó entre sus labios y empezó a hacer sonar fuertemente. En ese instante se corrieron las lonas de los camiones dejando a la vista en cada uno de ellos una ametralladora de gran calibre que les apuntaba de manera amenazante, los policías se quedaron petrificados con cara de incredulidad, excepto Yang que comprendió lo que estaba pasando y que en un rápido gesto se lanzó sobre Wu cubriéndolo con su cuerpo, justo en el mismo instante en el que las ametralladoras empezaron a escupir fuego sobre los desprevenidos Policías. Fue un hecho premeditado y sincronizado, mientras esto ocurría en la Puerta de Han-zhong, estaba pasando exactamente lo mismo con los otros grupos de Policías que habían sido conducidos a diferentes puntos de la ciudad.

En pocos minutos las balas de las ametralladoras japonesas segaron la vida de todos los policías, tras el rugir de las armas de fuego comenzó un silencio que se iba viendo interrumpido por los gemidos de los heridos, los cuales eran rematados, sin ningún tipo de piedad, uno a uno a golpe de bayoneta.
Wu yacía ileso, tumbado en el suelo, debajo del cadáver de su amigo y compañero el cual se había sacrificado para salvarle cubriéndolo con su cuerpo, estaba aterrado y tenía que hacer un titánico esfuerzo para no romper a llorar mientras escuchaba como los soldados japoneses remataban a sus compañeros heridos.

Finalmente se hizo un silencio sepulcral, ya no se oían gemidos ni lamentos, estaban todos muertos, de repente escuchó como los soldados japoneses hablaban entre ellos, tras lo cual comenzaron a apilar los cadáveres de su compañeros, en unos minutos Wu se encontró bajo el peso de varios cuerpos, notaba que le empezaba al faltar la respiración y que si seguían apilando despojos sobre él finalmente moriría aplastado.

Transcurridos unos minutos ya no escuchaba a los soldados y dejó de sentir más peso sobre él, lo que le alivió momentáneamente, entendiendo que habían finalizado el trabajo de apilar cadáveres, ahora únicamente tenía que esperar a que los soldados se marchasen e intentar escapar de aquella tumba.

De repente escuchó como nuevamente se acercaban los japoneses y esta vez su olfato le anticipó de cuál iba a ser el siguiente paso de los asesinos de sus compañeros, un olor inconfundible, “¡gasolina!”, los japoneses estaban rociando con gasolina los cadáveres apilados. Wu jamás había sentido miedo,  pero ahora todo era diferente Yang no estaba a su lado, y el resto de sus compañeros estaban muertos, todos muertos, y él iba a morir quemado vivo sin apenas poder moverse. Estaba aterrorizado, con lágrimas en los ojos, llorando casi como un niño, lloraba por su desdicha, lloraba por sus compañeros muertos, por el horror que sin duda alguna se iba a cernir sobre los ciudadanos de Nankín, lloraba amargamente esperando su terrible final mientras maldecía a sus verdugos.

Conforme el tiempo pasaba el olor a carne quemada empezaba a ser insoportable pero Wu recuperó la cordura, recordó su entrenamiento en la Academia de Policía, las largas charlas con su compañero Yang sobre el trabajo y de cómo se debía comportar un agente en los peores momentos. Nuevamente el valor corrió por las venas de su cuerpo negándose a asumir este terrible final, tenía que sobrevivir, por él, por sus compañeros, tenía que sobrevivir y contar el horror que habían sufrido, este acto tan despiadado no podía quedar impune. De repente se dio cuenta que nuevamente Yang y el resto de sus compañeros le estaban salvando la vida, ya que sus cuerpos estaban actuando de pantalla protectora evitando que el fuego y el terrible calor le alcanzara. Tenía que reaccionar rápidamente conservando la serenidad, si seguía sin actuar acabaría devorado por las llamas. Pensó que el olor del combustible mezclado con el de la carne quemada lo más probable es que mantuviese a los posibles centinelas japoneses alejados a una cierta distancia, había que aprovechar esa circunstancia y escapar, lo más peligroso sería sin duda alguna el que una vez apartados los cadáveres de sus compañeros se quedaría expuesto a las llamas, pero no le quedaba otra opción. Wu sacó fuerzas de flaqueza y con un esfuerzo titánico casi sobrehumano consiguió zafarse de los cuerpos de los compañeros que lo cubrían, apareciendo en medio de la pira funeraria en donde las llamas eran todavía muy intensas. Una vez en el exterior se desplazó lo más rápidamente que pudo fuera del montículo de cadáveres ardientes, notó como las llamas lamían su espalda, pero no había tiempo para lamentarse, toda la zona estaba cubierta por una densa humareda negra, la cual aprovecho para escabullirse sin ser detectado por un grupo de soldados japoneses que se encontraban haciendo guardia.

La noche empezó a caer sobre Nankín y la oscuridad sin duda alguna en ese momento se convirtió en su más fiel aliada, se dirigió hacia el interior de la urbe, esquivando hábilmente a las patrullas de soldados japoneses con las que se topaba, finalmente pudo introducirse como un refugiado más en la zona de seguridad que había habilitado el Comité Internacional en el interior de la ciudad.
En la zona de seguridad, Wu permaneció varios días internado en el Hospital de Gulou recuperándose de sus quemaduras en la espalda, mientras en la ciudad las tropas japonesas pasaban a descargar su furia sobre la población civil, desatando una tempestad de muerte y destrucción apocalíptica, en las que las violaciones, mutilaciones y asesinatos en masa se convirtieron en habituales durante varios días.

Wu Chande sobrevivió a la Guerra contra los Japoneses y a la posterior Guerra Civil que sufrió su país entre comunistas y nacionalistas. En 1946 acudió a Tokio, al Tribunal que estaba juzgando a los criminales de Guerra Japoneses, donde testificó y detalló la barbarie que desataron las tropas Japonesas sobre la capital China. Relató ante los jueces y fiscales el valor de los agentes de la Policía de Nankín, que decidieron quedarse en la ciudad junto a sus habitantes a los que habían jurado proteger y servir, aunque aquello les costase la vida y de como gracias al sacrificio de su compañero él se había convertido en el último Policía de Nankín.

Firmado: Jonh Constantin

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Wu Changde en el hospital de Gulou tras ser atendido de sus lesiones en la espalda. Foto de Rubén Villamor.
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Edificio del antiguo Hospital de Gulou en la actualidad. Foto de Rubén Villamor.
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Fosas comunes de la matanza de Nankín. Foto de Rubén Villamor.
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Fosas comunes de la matanza de Nankín. Foto de Rubén Villamor.

La primera vez que escuché el nombre de Wu Changde, fue de la mano de nuestro compañero radiofónico Rubén Villamor, acababa de regresar de China en donde se había estado documentado para su próximo trabajo, aprovechando esta circunstancia realizamos un programa sobre la Segunda Guerra Sino-Japonesa, centrándonos en la matanza de Nanking, siendo este el germen del presente relato.

Los terribles hechos acaecidos en Nankín tras la toma de la ciudad es una de esas aberraciones que muestran el lado más oscuro del ser humano, donde alrededor de 250.000 almas fueron masacradas de manera indiscriminada, soldados, policías, ancianos, mujeres y niños, no pudieron escapar a la sed de venganza de los furibundos soldados japoneses. Para más deshonor del género humano el máximo responsable de esta orgía de sangre, el Príncipe Asaka, se libró de ser sentenciado en el Tribunal internacional de Tokio que a partir de 1946 juzgó los crímenes de guerra del Imperio Japonés, el motivo, pertenecer a la casa real. El general norteamericano Douglas MacArthur, al frente de la ocupación de Japón tras el final de la guerra, sabía que el emperador Hirohito sería una pieza fundamental en la posguerra que se avecinaba por lo que consiguió que tanto Hirohito como algunos miembros de la familia real quedasen exonerados de cualquier responsabilidad.

La segunda guerra Sino-Japonesa es un conflicto muy desconocido y del que se ha escrito muy poco, no interesa ni a los vencedores ni a los vencidos. A EE.UU le gusta seguir manteniendo el mito de que son los vencedores absolutos del Imperio Japonés en el Pacífico; la República Popular de China quiere mantener oculto los tejemanejes de su mesiánico líder Mao Tse-Tung y su inacción contra los invasores japoneses mientras las tropas del Kuomintang, de su rival político Chiang Kai Shek, se desangraban; a Japón lógicamente no le interesa recordar una guerra en la que sus mandos y soldados cometieron numerosas atrocidades.

En definitiva la guerra entre China y Japón, fue el preámbulo en Asía de la Segunda Guerra Mundial, un conflicto poco conocido que desgastó sobremanera al Imperio Japonés, más de la mitad de los recursos bélicos de Japón se emplearon contra China, lo que facilitó enormemente la victoria de los Aliados en el Pacífico. Una contienda que mermó igualmente a la China nacionalista de Chiang Kai Shek lo que provocó la victoria de los comunistas de Mao Tse-Tung tras el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Nuestro compañero Rubén Villamor nos descubre en su último libro “La Segunda Guerra Sino-Japonesa (1931-1939), El frente de China Vol.1”, una detallada obra en la que nos desvela las claves de esta contienda y de las consecuencias que ha tenido la misma para la forja de nuestra sociedad actual, siendo a día de hoy el único trabajo que se ha escrito en nuestra lengua sobre el tema.

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